Llovía mucho. Eran ya cinco de la tarde y yo estaba agotado después de trabajar cuatro horas seguidas leyendo pesados documentos del siglo XIX. En esta época hacía una encuesta sobre esclavitud en la Ciudad de la Paraíba. Del archivo donde estaba hasta el punto de autobús tenía que caminar diez minutos. Salí cuando la lluvia parecía parar, pero en medio del camino empezó a llover muy fuerte y yo no había llevado este odioso objeto que es el paraguas, entonces busqué algún sitio donde abrigarme. Las tiendas ya estaban cerrando sus puertas y el único punto abierto era una pequeña casa donde se vendían libros usados. En aquel momento, la ultima cosa que quería ver en mi vida eran libros, aún más aquellos antiguos, cubiertos de polvo. Pero, entre la lluvia y los libros, entré en el sebo. Un hombre gordo, totalmente calvo y de bigote negro me dijo:
- Puedes entrar, solamente cerramos a las siete.
- Puedo mirar los libros.
- Sí, la casa es tuya
El hombre podría decir, muy apropiadamente, que la casa era mía, de las polillas y de los ratones, pues aquel era el sebo más sucio que había visto en mi vida.
Libros, había por todos los lados. Me llamó la atención que los libros de los ultimos estantes de las estanterías, estaban metidos en sacos de plásticos. No entendí por qué, pero en cuanto una gruesa gota de agua cayó en mi cabeza percibí que existían muchas goteras y que el hombre, en vez de encajar mejor las tejas, ensacaba los libros más cercanos del techo y de las goteras.
Empecé a mirar los lomos de los libros, tan pronto como uno de ellos me llamó la atención, como si dijera – Mira – Era un gran libro rojo, encuadernado. Cuando lo saqué, en la capa no había nada escrito. Lo abrí y en la primera página que vi había un dibujo, algo fantástico, que parecía una mezcla de xilografía nordestina, de estas que estampan las capas de los folletos de literatura de cordel, con alguna cosa del surrealismo. Al mismo tiempo sofisticado y sencillo. En el dibujo un hombre flaco leia atento, absorto y exaltado, por que conseguía, expresar al mismo tiempo las tres cosas. Pienso que sí el dibujo fuera de colores seria sin dudarlo rojo. El hombre, calvo y con una perilla, tenía el libro en una de las manos y en la otra una espada. Estaba sentado en su trono duro de madera, no obstante, era soldado y emperador en su mundo, pues estaba cercado por toda una fauna fantástica de monstruos, caballos, caballeros, damas, lanzas, escudos, dragones, ratones alados y libros esparcidos por el suelo. Sí, aquel hombre sentado junto a la ventana era el emperador enloquecido de algún reino, mismo que por él tal imperio hubiera sido creado.
El hombre, y no era necesario otra mirada para decirlo era Don Quijote de La Mancha, el caballero de la triste figura, de la misma manera como yo tenía imaginado cuando leí una edición para jóvenes, de la novela española mas conocida en el mundo.
En aquel momento tenía en las manos una edición antigua y completa de la obra, que desde los doce años quería leer. Tomé la decisión de comprarla. La lluvia ya había parado y yo me había olvidado del tiempo. Ya eran seis horas y oscurecía. Fui hasta el hombre de bigote:
- Cuanto és ?
- No mucho, veinte reales.
- Y acaso és encuadernado en oro.
- Bien, entonces te lo vendo por quince.
- No, es muy caro. Te doy cinco reales por él.
- Diez, diez es un buen numero, un número entero.
- Seis.
- Ocho, pues es Don Quijote.
- Un Don Quijote viejo y sucio. Siete.
- Viejo y sucio como el personaje. Ocho y vete de aquí.
Yo compré el libro y lo compré barato, pero no empecé a leer aquella noche, estaba agotado. Solamente empecé una placentera batalla con las seiscientas páginas del libro algunos días después. No obstante, siempre que abría el libro miraba el dibujo que había visto por primera vez en él sebo. Pensé que el gravador era español, solo podría ser español, pues aquel dibujo, era del Don Quijote, tal y como naciera y viviera en algún pueblo de la Mancha. Sin embargo, el dibujante tenía extrañamente nombre francés. Fui entonces pesquisar en la biblioteca y en la internet. Descubrí que el gravador no era español y tenía nombre francés por que era francés, Gustavé Doré, que empezó a trabajar con quince años en 1847, cuando su padre murió y él tuvo que sustentar con su talento de dibujante a su madre y a uno hermano. El primer libro que ilustró, aún muy joven y sin estudios académicos, fue Los Doce Trabajos de Hércules, después vinieron otros; El Paraíso Perdido, La Divina Comedia, La Biblia Sagrada y Don Quijote. En toda su vida hizo 9850 ilustraciones. No dibujó todo, como quería, pero casi todos los grandes autores de la literatura mundial que escribieron hasta su época, tuvieron una edición en que constaban sus dibujos.
Gustavé Doré no era apenas un ilustrador, él recreaba con tinta las historias que los escritores contaban con palabras. Tanto es así que la representación que la gente tiene del Quijote es igual a de que él creó, o sea, un Don Quijote romántico, símbolo de la libertad desvanecida.
Sin seguir los modelos de las novelas de caballería, Doré dibujó, así como un niño, un Don Quijote al mismo tiempo infantil y sabio, triste, intenso y patéticamente humano, envuelto, en una atmósfera onírica, de lirismo y melancolía. Doré puso en la expresiíon del Caballero de la triste figura las dos caras de la locura, la cómica y la sombría.
De este modo Doré y los románticos vieron en Don Quijote no sólo al cómico, sino lo que escapó a los lectores contemporáneos de la obra. O sea, lo que existe de verdad y belleza en este viejo loco, que estúpidamente bondadoso cree ser posible vivir aventuras y pelear contra la maldad para ofrecer un mundo mejor para su dama, Dulcineia del Toboso.
La imagen de un hombre libre, incluso por la locura, que trae en si el don y la desgracia de la libertad, es la que el romanticismo vio en el caballero de la Mancha y es esta la que también traigo en la mente. Creo que no es por acaso que en español y portugués Don Quijote se hizo adjetivo. Quijotesco/Quixotesco es el hombre que lucha con tenacidad por algo imposible, un hombre que cree en la utopía.
Quijotesco viene mucho más de la lectura romántica del Quijote, que las otras hechas por los movimientos artísticos anteriores y posteriores al romanticismo. Lectura que Doré, el gravador del pueblo, ha hecho accesible a todos, incluso para los que no saben leer. El romanticismo y Doré hicieron del caballero de la Mancha, un personaje aún más universal. Personaje que a pesar de manchego nunca es extraño, nunca es el otro, nunca provoca rechazo, sea para un chino, sea para un brasileño que nunca lleva paraguas y corre el riesgo de lo encontrar cuando espera la lluvia pasar.
Borges Maradona
- Puedes entrar, solamente cerramos a las siete.
- Puedo mirar los libros.
- Sí, la casa es tuya
El hombre podría decir, muy apropiadamente, que la casa era mía, de las polillas y de los ratones, pues aquel era el sebo más sucio que había visto en mi vida.
Libros, había por todos los lados. Me llamó la atención que los libros de los ultimos estantes de las estanterías, estaban metidos en sacos de plásticos. No entendí por qué, pero en cuanto una gruesa gota de agua cayó en mi cabeza percibí que existían muchas goteras y que el hombre, en vez de encajar mejor las tejas, ensacaba los libros más cercanos del techo y de las goteras.
Empecé a mirar los lomos de los libros, tan pronto como uno de ellos me llamó la atención, como si dijera – Mira – Era un gran libro rojo, encuadernado. Cuando lo saqué, en la capa no había nada escrito. Lo abrí y en la primera página que vi había un dibujo, algo fantástico, que parecía una mezcla de xilografía nordestina, de estas que estampan las capas de los folletos de literatura de cordel, con alguna cosa del surrealismo. Al mismo tiempo sofisticado y sencillo. En el dibujo un hombre flaco leia atento, absorto y exaltado, por que conseguía, expresar al mismo tiempo las tres cosas. Pienso que sí el dibujo fuera de colores seria sin dudarlo rojo. El hombre, calvo y con una perilla, tenía el libro en una de las manos y en la otra una espada. Estaba sentado en su trono duro de madera, no obstante, era soldado y emperador en su mundo, pues estaba cercado por toda una fauna fantástica de monstruos, caballos, caballeros, damas, lanzas, escudos, dragones, ratones alados y libros esparcidos por el suelo. Sí, aquel hombre sentado junto a la ventana era el emperador enloquecido de algún reino, mismo que por él tal imperio hubiera sido creado.
El hombre, y no era necesario otra mirada para decirlo era Don Quijote de La Mancha, el caballero de la triste figura, de la misma manera como yo tenía imaginado cuando leí una edición para jóvenes, de la novela española mas conocida en el mundo.
En aquel momento tenía en las manos una edición antigua y completa de la obra, que desde los doce años quería leer. Tomé la decisión de comprarla. La lluvia ya había parado y yo me había olvidado del tiempo. Ya eran seis horas y oscurecía. Fui hasta el hombre de bigote:
- Cuanto és ?
- No mucho, veinte reales.
- Y acaso és encuadernado en oro.
- Bien, entonces te lo vendo por quince.
- No, es muy caro. Te doy cinco reales por él.
- Diez, diez es un buen numero, un número entero.
- Seis.
- Ocho, pues es Don Quijote.
- Un Don Quijote viejo y sucio. Siete.
- Viejo y sucio como el personaje. Ocho y vete de aquí.
Yo compré el libro y lo compré barato, pero no empecé a leer aquella noche, estaba agotado. Solamente empecé una placentera batalla con las seiscientas páginas del libro algunos días después. No obstante, siempre que abría el libro miraba el dibujo que había visto por primera vez en él sebo. Pensé que el gravador era español, solo podría ser español, pues aquel dibujo, era del Don Quijote, tal y como naciera y viviera en algún pueblo de la Mancha. Sin embargo, el dibujante tenía extrañamente nombre francés. Fui entonces pesquisar en la biblioteca y en la internet. Descubrí que el gravador no era español y tenía nombre francés por que era francés, Gustavé Doré, que empezó a trabajar con quince años en 1847, cuando su padre murió y él tuvo que sustentar con su talento de dibujante a su madre y a uno hermano. El primer libro que ilustró, aún muy joven y sin estudios académicos, fue Los Doce Trabajos de Hércules, después vinieron otros; El Paraíso Perdido, La Divina Comedia, La Biblia Sagrada y Don Quijote. En toda su vida hizo 9850 ilustraciones. No dibujó todo, como quería, pero casi todos los grandes autores de la literatura mundial que escribieron hasta su época, tuvieron una edición en que constaban sus dibujos.
Gustavé Doré no era apenas un ilustrador, él recreaba con tinta las historias que los escritores contaban con palabras. Tanto es así que la representación que la gente tiene del Quijote es igual a de que él creó, o sea, un Don Quijote romántico, símbolo de la libertad desvanecida.
Sin seguir los modelos de las novelas de caballería, Doré dibujó, así como un niño, un Don Quijote al mismo tiempo infantil y sabio, triste, intenso y patéticamente humano, envuelto, en una atmósfera onírica, de lirismo y melancolía. Doré puso en la expresiíon del Caballero de la triste figura las dos caras de la locura, la cómica y la sombría.
De este modo Doré y los románticos vieron en Don Quijote no sólo al cómico, sino lo que escapó a los lectores contemporáneos de la obra. O sea, lo que existe de verdad y belleza en este viejo loco, que estúpidamente bondadoso cree ser posible vivir aventuras y pelear contra la maldad para ofrecer un mundo mejor para su dama, Dulcineia del Toboso.
La imagen de un hombre libre, incluso por la locura, que trae en si el don y la desgracia de la libertad, es la que el romanticismo vio en el caballero de la Mancha y es esta la que también traigo en la mente. Creo que no es por acaso que en español y portugués Don Quijote se hizo adjetivo. Quijotesco/Quixotesco es el hombre que lucha con tenacidad por algo imposible, un hombre que cree en la utopía.
Quijotesco viene mucho más de la lectura romántica del Quijote, que las otras hechas por los movimientos artísticos anteriores y posteriores al romanticismo. Lectura que Doré, el gravador del pueblo, ha hecho accesible a todos, incluso para los que no saben leer. El romanticismo y Doré hicieron del caballero de la Mancha, un personaje aún más universal. Personaje que a pesar de manchego nunca es extraño, nunca es el otro, nunca provoca rechazo, sea para un chino, sea para un brasileño que nunca lleva paraguas y corre el riesgo de lo encontrar cuando espera la lluvia pasar.
Borges Maradona
Nenhum comentário:
Postar um comentário